Don Giovanni, W. A Mozart | Ópera
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Voces autorizadas aseguran que Cherubino y Don Giovanni son la misma persona. El paje al que enamoraban todas las mujeres en Las bodas de Fígaro volvió de la guerra corrompido y desencantado, convertido en el crápula amoral y disoluto que -eso aseguraba su criado Leporello- sumaba más de mil conquistas en su catálogo particular.
Uno y otro respondieron a su instinto bajo el cielo de Sevilla. En Sevilla descubrió el adolescente su irresistible inclinación, en Sevilla se abrió el suelo para castigar con el infierno la impertinencia del libertino. Entre una ópera y otra, la luz amable que iluminó Las bodas se ha vuelto noche cerrada en Don Giovanni, el aire perfumado del patio sevillano se emponzoña entre lápidas y panteones.
Si como hombre Don Juan resulta lamentable, como mito es irresistible. Mozart y Da Ponte no fueron los primeros, pero sí decisivos en la cristalización del personaje. Tanto que cualquier otra visión debe medirse con la ópera que Praga aplaudió en su estreno de 1787 y que el público de Viena no acabó de asimilar en su versión con moraleja de 1788.
La mirada de la directora de escena Cecilia Ligorio, recibida con éxito en la Ópera de Colonia, pone el foco en la escurridiza identidad del personaje, al que solo conseguirán derrotar las fuerzas del Más Allá y en la extrema dignidad de las mujeres a las que Don Juan burla en su carrera hacia el abismo. Mujeres que, aunque figuraban en su catálogo, ni amó el conquistador ni llegaron a amarlo.
Uno y otro respondieron a su instinto bajo el cielo de Sevilla. En Sevilla descubrió el adolescente su irresistible inclinación, en Sevilla se abrió el suelo para castigar con el infierno la impertinencia del libertino. Entre una ópera y otra, la luz amable que iluminó Las bodas se ha vuelto noche cerrada en Don Giovanni, el aire perfumado del patio sevillano se emponzoña entre lápidas y panteones.
Si como hombre Don Juan resulta lamentable, como mito es irresistible. Mozart y Da Ponte no fueron los primeros, pero sí decisivos en la cristalización del personaje. Tanto que cualquier otra visión debe medirse con la ópera que Praga aplaudió en su estreno de 1787 y que el público de Viena no acabó de asimilar en su versión con moraleja de 1788.
La mirada de la directora de escena Cecilia Ligorio, recibida con éxito en la Ópera de Colonia, pone el foco en la escurridiza identidad del personaje, al que solo conseguirán derrotar las fuerzas del Más Allá y en la extrema dignidad de las mujeres a las que Don Juan burla en su carrera hacia el abismo. Mujeres que, aunque figuraban en su catálogo, ni amó el conquistador ni llegaron a amarlo.
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